Con el deseo de que me brote una esperanza. Como si dentro de mí se gestara una verborragia. Manos arrancando el parto de mi voz, de mi grito y mi ilusión. Con ganas, ganas de una vertiente, una catarata. Mi dolor nace adentro pero es bueno, es noble, solo quiere salir. Desea un alivio, busca ser explicito. Nacer, salir y desparramarse como rebalsando los moldes, los contornos, como desbordando todo, pero exponiéndose entero, mostrándose esto. Esto es lo que es. Quisiera llorar, quisiera explotar, abrazar una oportunidad, rescatarme y volverlo a intentar. Me rompo los dedos, me lo quiebro, se me parten las costillas por soportar estos pulmones inflados de soledad. Me superan, son más grandes que mis propios suspiros, no me alcanza el aire, las bocanadas, no me llenan. La sensación es una sola, es cremosa, es densa, es total. Es un todo que contiene a reventar. Es un globo lleno de angustia y a la vez de lluvia. Necesitaría arrancarme, despojarme, ¡pincharme! que me ayuden con un golpe en la espalda, para desalojar esta balsa de fracasos sin nombres, amorfos, anónimos, buitres enredados que espantan mi animo. Gordos roedores de una larga espera, de una hinchada pena. Y por callar esto me duele, y por contener esto me muerde. Y se lleva mi canto, y se pagan mis duelos, así, en silencio. Ya no quiero porque todo se va secando entonces como una pasa de uva, que me las vuelvo a tragar. A dónde si no es al sol a donde tengo que mirar para estornudar esta congoja suplicante que agoniza muda por un instante, un instante de libertad.
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