Había mucho, pero mucho viento, viento de tormenta. Tenia polvo y me despeinaba, me ensuciaba el pelo y la piel. Que asco. Tenia puesto el piloto, el gamulan diría mi madre, bueno eso... yo tenía puesto. Intentaba acercarme la solapa del cuello a la cara y cubrirme, pero era una tarea difícil. Los ojos se me llenaban de tierra.Aproveché que el semáforo dió rojo y crucé corriendo la calle. Una hoja de diario se me vino al humo, como queriendo devorarme pero de un manotazo a tiempo dí de baja su misión.¡Que día más extraño!, qué habría estado pasando en el cielo para que ese sol de la avenida viniera arañando el asfalto, trepando con sus garras como si fuera una lagartija por el pavimento, atrapando mis muslos hasta llegar a mi cuello ese calor sofocante y sediento que se me apegaba como una lengua del desierto, y se transformaban sus uñas para pinchar el cielo a fin de traer el agua donde el suelo se raja. Insufrible.Llegué a la puerta, por fin, y cuando la empuje hacia adentro, la arenilla que estaba en el suelo me hizo subir un escalofrío por todo el cuerpo. Mordí mis muelas bien fuerte y entré. -El portal tiene un techito bastante generoso-, pensé. Si llovía, allí podría quedarme un ratito, pero -¿y el resto?, ¿el resto del pasillo?. Nada. Habría que arreglárselas. La punta de un pedacito de chapa aleteaba, y entonces me di cuenta que el tiempo corría como el ruidito constante del flameante movimiento de lata, y me dije, -tengo que apurarme-. Corrí por ese pasillo gris, de baldosas desgastadas en blanco y negro y llegué a otra puerta de vidrios repartidos, vidrios esmerilados y amarillos.
Me abrió un señor, delgado y triste, se bajó el marco de sus anteojos y me preguntó, -¿estas segura? - y yo le conteste que sí.Al entrar, traté de darle forma al remolino de mi pelo y tomé asiento. La energía del lugar era pesada y lenta. Muy oscura para mi gusto. El señor me dijo que ya volvía y se fue por unos segundos...
Al volver traía consigo una lupa, y dudosamente se paró frente a mí con un gesto amargo en su boca, y agregó a su malestar que necesitaba ver la magnitud de la herida, y entonces yo me quité el piloto, (el gamulan diría mi madre)...y se la mostré.El señor delgado y triste abrió bien grande los ojos como estirando las venitas rojas a más no poder y se sumergió en los mares del asombro. Su poco pelo volaba como si la tormenta que se avecinaba afuera estuviese adentro mío. Y entonces: El Vacío se vió.Todo mi cuerpo estaba completo menos un circulo perfecto porque era un perfecto agujero. Un canal a otra dimensión, un pasaje, donde la arena era azul y las piedras eran grises, el cielo era de luna llena y el frío del polo sur, y mucho pero mucho viento. Viento famélico, viento que susurraba algo pero no se entendía que. Un viento que gritaba y gemía. Y hablaba otras lenguas, lenguas inexistentes e inventadas, lenguas torcidas. Un viento que a veces cantaba e incluso reía, pero nadie absolutamente nadie lo entendía.Así es que el señor delgado y triste se fregó los ojos para recuperar el lagrimal perdido dado a tanta avienta y desolación, se sacó los antejos y me preguntó cansado y en un tono un tanto asustado si pensaba seguir jugando. A lo que yo le respondí que si, que por más que a mí me cambiaran las cartas antes de que las viera, seguiría esperando a quien me dejara usarlas, y eso no era todo. -Si a mí me reparten menos de las que son o más de las que deberían ser, yo voy a encontrar la forma de apañarme, porque conmigo se sientan a jugar, se levantan y se van cuando quieren. A mi señor, me miran las cartas y se complotan en darme lo que no necesito y quitarme lo que ya tengo. Pero a pesar de ello, acá estoy, acá vengo-.Ya esto último lo dije en un tono bastante sobresaltado. El señor triste y delgado me pidió que me calmara, que me sentara. Obedecí con los brazos cruzados y una mueca fruncida en los labios. El señor triste y delgado me dijo: -Querida me temo que no tenes más crédito, ya no podes venir hasta acá. Ya no te queda materia rosa en ese corazón, por lo tanto nada que ofrecer por estos arrabales. Pero sobre todo porque tenes un grave problema. A lo que yo exaltada, desquiciada, alterada pregunte: -¿qué problema puede ser el hecho de apostar por el amor, no es acaso el acto de entrega más grande que alguien puede ofrecer?-. El hombre que para esas alturas, ya estaba totalmente anoréxico y consecuentemente más que triste que de costumbre, yo diría ¡depresivo!. Me dijo. -“La ludopatía consiste en una alteración progresiva del comportamiento por la que un individuo siente una incontrolable necesidad de jugar (juegos de azar), menospreciando cualquier consecuencia negativa. Se trata de una adicción. En algunos países, es causa de divorcio”. Y aparte, querida mía, desde que esta historia se inició, no logré ver que entrara ni siquiera una sola caricia en tu cuenta corriente, y esto mi querida perdedora, tiene que ser reciproco. Sino, NO FUNCIONA.
(Final optativo)Me retiré sin decir más nada. Ausente caminé por el medio de esa avenida. El piloto se me fue cayendo, (el gamulan diría mi madre), y a medida que mis pasos se atrofiaban, un rayo de luz del atardecer me atravesó la espalda graficando mi incompleto.
El sol y la lluvia terminaron su trabajo, dejando charquitos de agua que espejaban el cielo infinito. El calor desapareció para que la frescura del olor a lluvia terminara por convertir en cemento mis partes, hasta que mis pies al fin se quebraron y mi torso se apoyó en el suelo. Doblándose mi cuello, mis brazos se extendieron hacia los costados, uniendo las veredas como un puente colgante. Entonces mi agujero, mi incompleto centro, dio lugar a que los autos comenzaran a pasar, mientras que los arcos hechos por mis brazos instalaba al tren y a los peatones, y así fue como empezó a llegarme gente del norte, del sur, del este y el oste, y yo facilitando sus desplazamientos, para que llegaran a tiempo a sus citas, a sus encuentros. A su amor.
Feliz día de San Valentín para todos.
Este es mi regalo.* Cuando digo (juegos de azar), digo juegos de azar y no macana. -¡Bang!-.
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