Tengo ganas de escribirlo antes de que se me escape para siempre, no es resiente este sentimiento, lo viví un día hace unos meses atrás.
Estaba acostada en la cama sintiéndome un calco, una figurita. Sentía que si comenzaba levantándome la cabeza podría despegarme como una calcomanía de una superficie. A la vez una sensación extraña en el centro de mi pecho, como si tuviese un hueco pero a la vez ese hueco succionaba todo mi cuerpo. Tengo que ser grafica, porque para mi no había tiempo en realidad ni espacio. Me acuerdo que horas antes de aplastarme de esa forma había llorado con congoja pero en silencio porque los sonidos se me metían para adentro. Me comía la angustia sin poder inflar aunque sea así mi alma. Y ese fue el día que entendí que mi dolor era completo, mi mente estaba abollada y sumergida, mi espíritu estaba fuera de mi cuerpo y mi cuerpo amorfo, aplanado, estirado yacía como una mancha en la cama. Dormía sin dormir, despertaba y volvía al llanto. También recordé en ese momento que mi cuerpo se estampaba como un dedo lleno de tinta se sella en un papel, con el propósito de dejar un prontuario de este estado. Eso alguna vez ya me había pasado y había sido mucho peor, pero yo no lo había registrado, no como esta vez. Nunca me di cuenta de cómo sentía mi cuerpo y mi alma todo lo que me estaba pasando.
De este hecho pasaron casi cuatro meses. El mes de octubre jamás me quiso, llevo varios años contando su maltrato. Pero de eso en realidad no quiero hablar, del mes de octubre digo, si de mis sensaciones plásticas. Después de aquel episodio no volví a estar mal en realidad, no de esa manera. Sí tengo tardes eternas, noches melancólicas, atardeceres punzantes, sobre todo en la calle Belgrano cuando miro a la distancia. La calle Belgrano a la tarde después de la siete de la tarde, no es fácil para mí. No me subo más a un colectivo a esa hora en la calle Belgrano. Pero todo, como todo en la vida se acomoda, se reacomoda, se arma, se rearma, se mezclan los colores nuevamente, y todo ocupa un nuevo lugar, aunque eso no significa que hayamos dejado de extrañar. Yo extraño lo sano de esa historia, por mas que haya sido corta pero para mi fue tan importante. Haber tenido certeza de que mi corazón estaba donde yo lo había dejado. No especulaba con nada, no tenía dudas, tampoco certezas, pero lo mas importante era no tener incertidumbre. Es verdad, no apostaba, pero porque siempre fui advertida. No sé. Fui feliz.
Obviamente que ese bienestar era mío, y solo mío. Después los fantasmas aparecieron finalmente y yo no quise saber más. Pero pude elegir. A diferencia de la otra historia, no pienso irme al vacío con el tiempo, con los meses, con los años, remar sola, no. No quiero conquistar a nadie, no por ahora, no quiero olvidarme nunca más de mí. No quiero que se queden a mi lado mien-tras-tan-to. Y por eso trate de poner fin al inicio de un posible fracaso lleno de rencor. Como de costumbre me cuesta ver lo que quiero pero empiezo seriamente a tener más claro y definido lo que no quiero.
Tardes eternas, en algunas horas, largas horas talvez, me arrepiento. Me ha pasado de tener la absoluta certeza de escribir, mandar un mail. Pero después me arrepiento. No tiene sentido. Soy miedosa, sí. Y tal vez me pierda mucho por eso. De todas maneras acá estoy de nuevo, escribiendo. Hace mucho no lo hago, hace mucho no me enfrento con nada de lo que siento. Me gustaría publicar algo que escribí pero ahora no lo encuentro. Lo había escrito alguna tarde de noviembre en el trabajo. Y pensé: Estoy harta de leer sufrimiento en todo lo que escribo. Pero por otro lado siento que será mejor que lo deje ir. Que explote de una vez. Y tal vez así, cuando haya escrito la última sensación de desconsuelo, pueda reencontrarme conmigo nuevamente, después de este acuático viaje de lágrimas, pisar suelo firme otra vez.
miércoles, 19 de enero de 2011
Suscribirse a:
Entradas (Atom)